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jueves, 30 de agosto de 2012

BUZONES

Hoy os hablaré de los buzones. Sí, esas pequeñas cajas de material plastificado, madera o metal, y que se colocan en la fachada de nuestras viviendas, muy cerca de la puerta de entrada. O al menos ahí es dónde debería de colocarse, aunque la realidad es muy diferente.
En primer lugar, tened en cuenta que el buzón no es un objeto que tenga que estar escondido, ni protegido de la lluvia( para eso los hacen de materiales resistentes a las inclemencias del tiempo), ni olvidado en un rincón y del que os acordáis solo de higos a brevas...  
La normativa vigente manda que el buzón debe de estar colocado junto a la puerta de acceso del inmueble, a una altura adecuada y accesible desde el vial público.
Esto significa que, si la vivienda tiene un patio o jardín delantero, el buzón deberá colocarse en el muro exterior de éste, siempre en la calle. No es correcto que el cartero tenga que entrar y cruzar el patio o el jardín, que no digo que no nos sea agradable, algunos son auténticas maravillas, ni subir un montón de escaleras porque ha sido colocado junto a la puerta de acceso de la vivienda... ¡que está en el primer piso!
Tampoco es correcto colocarlo en el tronco de un árbol, por la parte de atrás. Lo único que se consigue con esto es que el cartero se vuelva loco intentando localizar los buzones.
Cuantas veces me han dicho: "¿Por qué me dejas las cartas en el suelo, si tengo buzón?"
Y ya me tienes girando la cabeza hacia todos los lados, escudriñando todos los rincones de la fachada y del muro del jardín, los marcos de la puerta( por si estuviera ahí ), la puerta( por si se tratara de una de esas trampillas que se comen los dedos del cartero ) y por más que busco y rebusco, no lo encuentro.
Humillada, no me queda otra que preguntarle con mucha delicadeza:
-Perdón, pero no lo he visto... ¿Me puede decir dónde está?
Y aquí sí que es cuando se pone de manifiesto que la imaginación de la gente a la hora de esconder el buzón no tiene límites.
-Pero si está aquí mismo - me dijo un señor mayor, amante del arte, los jardines, la madera... y que había diseñado y construido él mismo su propio buzón en madera. Había aprovechado un hueco en la madera de un árbol enorme que estaba en una de las esquinas del jardín para incrustar en él una especie de  "caja con tapa", del mismo color que el tronco del árbol, y que se supone tenía que servir para que el cartero depositara allí las cartas...
Desde la calle era imposible verlo. 
Otra señora, no tan original pero también un poco complicada, me dijo que no lo tenía en la calle para que no se le mojaran las cartas si llovía... ¡Una vez dentro del buzón, las cartas no se mojan! En esta ocasión me dijo: - pasa, pasa - y me hizo atravesar un gran patio lleno de agujeros y otras "cositas"( tenía la señora en cuestión 14 perros en la finca), esquivar a los perros que ladraban y saltaban por todas partes( por suerte ninguno parecía fiero ), y por fin, debajo de una escalera que subía al primer piso, allí estaba el buzón. Que por cierto, para estar tan protegido, el pobre buzón estaba hecho un desastre. Oxidado, abollado, descolorido y lleno de polvo. Creo que la señora lo heredó de vete a saber qué antepasado suyo...
También este era invisible desde la calle.
Pero el que me hizo reír de verdad, fue otro señor, que por cierto siempre me estaba protestando porque se le mojaban las cartas, o se las llevaba el viento o los críos le robaban las revistas. Yo siempre le insistía para que me pusiera un buzón, que si no, a ver qué podía hacer yo. 
Hasta que un día me vio por la calle y, desde la otra acera me chilló, así, a grito pelado: "¡Cartera, ya tengo el buzón!
Cuando llegué a la puerta de su casa me puse a buscar el buzón por todos lados. No quería quedar como una tonta, así que me pasé más de diez minutos intentando encontrar el puñetero buzón. Pero tuve que desistir. No conseguí encontrarlo. 
Total que, le dejé las cartas como siempre, en el escalón de la casa, con una nota en la que educadamente le pedía que me explicara dónde había colocado el buzón.
Al día siguiente el hombre me esperaba en la puerta. Así, como no quiere la cosa y para no parecer tonta, le volví a preguntar por el buzón, a lo que el hombre, con toda naturalidad, me contestó:
-¿El buzón? ¡En el comedor!
Me quedé pasmada. ¿En el comedor? No esperará el hombre que yo entre cada día en el comedor de su casa para dejarle las cartas en el buzón...
Supongo que fue por la cara que puse que el hombre se apresuró a puntualizar:
-Si, lo compré ayer mismo. Aún está metido en su caja. Cuando tenga un momento lo colocaré ahí fuera, en la entrada...
¡Bufff! Menos mal. Me había asustado de verdad...
Ahora me gustaría que reflexionarais un poco sobre un par de cosas.
-El buzón tiene que estar en la calle, accesible desde el vial público. Lo dice la ley. No le pasa nada porque se moje, le dé el sol o tenga que soportar el frío invernal, y las cartas no se mojan en su interior.
-No vale esconderlo detrás de un árbol o debajo de una escalera. A veces, cuando descubro uno de estos buzones tan bien ocultos, me entran ganas de decirle al dueño:
- ¡Ya lo encontré! Ahora ya puede volver a esconderlo...
Cuando salgáis a la calle, fijaros bien dónde tenéis el buzón y imaginad por un momento que sois el cartero y que es la primera vez que veis esta casa. ¿Se ve el buzón a primer golpe de vista?
Aun estáis a tiempo de arreglarlo.



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