Se acabaron las vacaciones.
Pero por fortuna mi huerto no ha descansado. Cada día puedo comer verdura recién cosechada. Fresca, tierna, natural y muy, muy sabrosa.
La verdad es que me ha costado un buen esfuerzo conseguirlo y mantenerlo. Un huerto no es sembrar cuatro semillas y sentarse a esperar a recoger sus frutos.
Tuve que desbrozar, cavar, sembrar, regar, arrancar las malas hierbas que crecían más rápidas que mis plantas, abonar... Pero todo esfuerzo tiene su recompensa.
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Un trozo de tierra baldío, lleno de malas hierbas. |
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Nada que no se pueda solucionar con una azada y unas horas de doblar el lomo |
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Las primeras plantas. ¡Cielos! Ni yo misma me acordaba de que eran tan pequeñas... |
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Pero no tardaron en crecer. |
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Y crecer. Hasta convertirse en lo que son ahora: un verdadero huerto. |
Ahora tengo judías verdes, tomates, pimientos, berenjenas y lechugas todos los días.
También tengo perejil y las acelgas, que no paran de sacar hojas.
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Cada día tengo tomates para las ensaladas. |
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Hermosos pimientos. |
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Y rechonchas berenjenas. |
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Una muestra de mi recolección de hoy. |
¡Ah! y las zanahorias, que ya mismo empezaré a arrancar.
¡Y pensar que todo empezó con un trozo de tierra baldío, lleno de malas hierbas...!
Todo es proponérselo. Y dedicarle un poco de tiempo, esfuerzo y mucho cariño.